Sancti Petri

Hacía mucho tiempo que teníamos subrayado el nombre de Sancti Petri en nuestra agenda. Sancti Petri da nombre a un poblado marinero (hoy prácticamente abandonado), al caño o canal que rodea la isla de León, a una playa (al norte de La Barrosa), a un castillo centenario y al islote sobre el que se levanta. Y para recorrer todo eso cargamos las piraguas y nos fuimos para Chiclana de la Frontera (Cádiz).
La jornada comenzó en uno de los lugares más marineros del antiguo poblado: la Asociación de Pescadores de Caño Chanarro. Allí desayunamos (a la sombra de un gigantesco atún rojo), allí nos reunimos con el grupo de kayakistas que se habían ofrecido a guiarnos durante la travesía y desde allí salimos hacia el punto de embarque.
Echamos los kayaks al agua en la playa de Sancti Petri, junto al puerto deportivo, y pusimos las proas rumbo al castillo. En esta primera etapa recorrimos un par de kilómetros por aguas tranquilas, primero por el caño, después por la desembocadura y, por fin, por mar abierto hasta el islote de Sancti Petri. A la altura del espigón, la mar se animó y las olas nos amenizaron el paseo. A unos más que a otros.
 La isla de Sancti Petri, en la que desembarcamos, se alza al final de la desembocadura del caño (hace miles de años, a la llegada de los primeros pobladores, aún se mantenía unida a la isla de León) y en ella se sitúan edificaciones que navegan entre la historia y la leyenda; nos referimos al templo dedicado a Melkart (dios fenicio) o a Heracles (griego), e incluso a las míticas columnas de Hércules.
De los restos de aquel santuario apenas queda alguna huella en los museos. En su lugar (aunque no necesariamente en la misma ubicación) se alza, desde el s. XVI, una construcción defensiva, el castillo de Sancti Petri, que nació como torre de vigilancia para ser más tarde ampliada y fortificada, hasta alcanzar el aspecto actual, recientemente rehabilitado. El conjunto del islote y el castillo rezuman historia, misterio y magia.Una visita ineludible.
Volvimos al agua y rodeamos el islote para, después de navegar junto a los farallones de su cara norte, dirigirnos hacia la Punta del Boquerón. Esta segunda etapa de la travesía fue la más tranquila y las olas de popa nos empujaron y condujeron plácidamente hacia los dos búnkeres que rompen la horizontalidad de esta playa. Estos dos búnkeres fueron las baterías defensivas (bautizadas como Aspiroz y Sangenís) que, desde el s XVIII y artilladas con cañones, protegieron la bahía de Cádiz por su entrada sur, a través del caño. Un poco más al norte, en la playa de Camposoto, volvimos a echar pie a tierra (esta vez en el término municipal de San Fernando) para refrescarnos y preparar la tercera etapa, la del regreso.
 La aparición del levante complicó mucho los tres últimos kilómetros del recorrido. Aunque las olas llegaban de frente -menos mal- la intensidad del viento las fue haciendo cada vez más altas y la corriente nos planteó serias dificultades para mantener el rumbo adecuado. Afortunadamente, y a pesar de las derivas, todos pudimos doblar la Punta del Boquerón sin problemas dignos de mención y encontramos abrigo a la entrada del caño, entre los veleros fondeados. En la playa desde donde partimos, desembarcamos y pusimos punto final a la travesía.
Sería injusto no reconocer la maestría, la generosidad y la paciencia de nuestros guías (Eugenio, Jack, David, Mar…) que nos cuidaron y aconsejaron en todo momento haciendo fácil una travesía que, sin ellos, nos hubiese costado completar. Gracias de corazón. Con ellos compartimos unos refrescos en el chiringuito Bongo (en una playa que el levante se encargó de despejar en tiempo récord) y allí nació el compromiso de una próxima quedada en Córdoba donde devolver a nuestros anfitriones todas sus atenciones.
En resumen, una ruta breve (apenas 8 km) pero cargada de emociones que cubrió con creces todas nuestras expectativas. Aunque no hacen justicia a la belleza del entorno, hay algunas imágenes de la travesía en este álbum.

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